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Guzmán el Bueno

Guzmán el Bueno. 1884. Óleo sobre lienzo. Salvador Martínez Cubells.

Alonso Pérez de Guzmán. Guzmán el Bueno. Señor de Sanlúcar. León, 24.I.1256 – Gaucín (Málaga), 19.IX.1309. Alcaide de Tarifa y fundador de la casa de Niebla.

Hijo bastardo de Pedro Núñez de Guzmán, o Pedro de Guzmán, adelantado mayor de Castilla, y de una dama llamada Isabel, quien murió en el parto. Como los cronistas de la casa de Guzmán se encargaron de resaltar, los amores entre los progenitores de Alonso tuvieron lugar siendo el padre viudo de su primera esposa, y mediante promesa de matrimonio que éste no pudo cumplir por haber marchado a la conquista de Jerez de la Frontera con Alfonso X. De este modo, Andalucía aparece ya como factor determinante en la biografía del futuro Guzmán el Bueno incluso antes de su nacimiento.

Con diecinueve años, en 1275, Alonso Pérez hizo sus primeras armas en la hueste de Lope Díaz de Haro, señor de Vizcaya, a la que se sumó cuando se dirigía hacia Andalucía con otros caballeros e hidalgos leoneses tras la muerte en batalla de Nuño González de Lara y el derrumbe de la defensa castellana frente a benimerines y granadinos. Al llegar a Jaén, tuvieron un fuerte encuentro con los moros, que acababan de vencer y matar a Sancho, arzobispo de Toledo. Según el cronista Barrantes, el joven Alonso se portó con gran valentía en esa batalla, capturando a un notable moro por el que obtuvo un buen rescate.

La guerra siguió hasta 1279, año en que la derrota de la flota y ejército castellanos ante Algeciras forzó a Alfonso X a solicitar la paz al emir marroquí Abū Yūsuf. Poco después, un penoso episodio cortesano cambió el destino del joven caballero: tras un torneo celebrado para festejar la firma de las paces, su hermano de padre Álvar Pérez de Guzmán aludió a su bastardía de manera despectiva ante el Rey y toda la Corte, sin que Alfonso X se lo afease. Agraviado del caso, Alonso Pérez decidió desnaturarse acogiéndose al viejo privilegio de los hidalgos castellanos que les posibilitaba buscar señor fuera del Reino. Con un grupo de compañeros se dirigió a Abū Yūsuf, pasando a Fez y convirtiéndose, según Barrantes, en “guarda mayor” de la casa del emir y “capitán de todos los cristianos” que estaban a su servicio. El acuerdo obligaba a Alonso Pérez a luchar contra todos los enemigos de Abū Yūsuf, excepto si fueren cristianos. Estos contratos de mercenariado habían sido en el pasado y eran por entonces muy frecuentes, recurriendo a ellos grandes caballeros e incluso algún infante de Castilla, como don Enrique el Senador, por afán de aventuras o como consecuencia de los conflictos internos del Reino. De hecho, Alonso Pérez de Guzmán encontró en Marruecos a varios cientos de combatientes cristianos al servicio del Emir.

Tras conseguir algunas victorias sobre tribus alárabes, rebeldes al Emir, el cambio de situación política en Castilla dio oportunidad a Alonso Pérez de hacer valer la excelente posición lograda ante Abū Yūsuf.

Al producirse el enfrentamiento entre Alfonso X y su hijo, el infante Sancho, el Rey, abandonado por casi todos y reducido al dominio de Sevilla, se vio obligado a solicitar la ayuda económica y militar del benimerín.

Según Barrantes, Alonso Pérez habría sido requerido por Alfonso X para que mediase ante Abū Yūsuf, lo que hizo, y ello propició la primera vuelta de Guzmán a España, en 1282, portando las 60.000 doblas del préstamo negociado. En pago a tan importante servicio, Alfonso X le ofreció el casamiento con una dama sevillana, María Alonso Coronel, que, además de pertenecer a un muy noble linaje —lo que debe valorarse teniendo en cuenta el género de agravio que Guzmán recibió en la Corte—, como afirma el cronista, era “rica de hazienda, de muy gran hermosura, al paresçer de muchas virtudes y bondad, de edad de quinze años”. María aportaba una rica dote, repartida entre Castilla, León, Galicia y Portugal, pero sobre todo destacaban los bienes situados en Andalucía, especialmente en el Aljarafe sevillano y en Jerez de la Frontera. Este matrimonio sería un factor decisivo en la vida de Alonso Pérez, pues María Alonso Coronel fue el complemento más adecuado, según las pautas y valores de la época, a las capacidades del biografiado, de modo que la fuerza de la nueva Casa de Guzmán sería el resultado de la alianza perfecta de dos personajes que acabarían configurando verdaderos arquetipos.

Pocos días después de contraer matrimonio, en marzo de 1282, regresó a África para trabajar en la movilización de las tropas con las que Abū Yūsuf pasó a España en socorro de Alfonso X. Alonso Pérez participó ese verano en la campaña de castigo contra las villas y ciudades andaluzas partidarias del infante Sancho, siempre como vasallo del Emir. Es posible que, como quiere la crónica de Barrantes, Alfonso X premiase ahora a Guzmán con el señorío de Alcalá de los Gazules, quizá con la esperanza de así retenerlo en la frontera. Pero, tras conseguir en octubre de 1283 que el Monarca le trocase la villa por los olivares jerezanos de Monteagudo, Guzmán volvió a Fez en compañía de su esposa y de su familia, naciendo cinco hijos entre 1283 y 1287.

La muerte de Alfonso X en abril de 1284, y el acceso al trono de Sancho IV, casi coincide con este nuevo paso del Estrecho, lo que no debió ser casual. Hasta 1286 hubo guerra entre castellanos y benimerines, pero la firma de una tregua durante cinco años permitió el regreso a Sevilla de María Alonso Coronel con una parte de las riquezas acumuladas en África. En los años siguientes, Alonso Pérez siguió sirviendo a Abū Yūsuf y, muerto éste en 1286, a su hijo Abū Ya‘qūb, en sus guerras contra otros poderes musulmanes. Por medios ingeniosos consiguió burlar la vigilancia aduanera marroquí y hacer llegar importantes remesas de dinero a su esposa, que ésta invirtió en la compra de tierras y señoríos que serían el primer fundamento de la potencia económica de la casa: Ayamonte, La Algaba, Santiponce, Vado de las Estacas, olivares en el Aljarafe, casas en Sevilla y la dehesa de Villarana, en Jerez. La apuesta por Andalucía en unos momentos críticos en que se venía abajo la obra repobladora de Alfonso X en la región, sometida a una fuerte presión musulmana, fue la clave principal del éxito posterior.

Casi todo cuanto se sabe de estos años de la vida de Alonso Pérez de Guzmán es a través de los cronistas de la casa, Pedro de Barrantes y Pedro de Medina, sin otras fuentes de verificación. Estos autores recogieron tradiciones que databan de la época del protagonista o algo posteriores, remodeladas y adaptadas a los gustos de los tiempos medievales más tardíos.

Esto es particularmente notorio en las aventuras que le atribuyen en África en esos años en que estuvo separado de su familia, entre las que, además de grandes gestas y conquistas, destaca el “hecho de cavallería tan famoso” de la lucha contra la sierpe que aterrorizaba a los habitantes de Fez, y a la que encontró mientras ésta se enfrentaba a un león, aprovechando la buena ocasión para matarla. Con ésta y otras historias semejantes se completaba el perfil heroico de Guzmán como perfecto caballero y se adaptaban al entorno castellano y fronterizo temas entonces muy en boga pertenecientes al ciclo bretón. Como ha señalado Miguel Ángel Ladero, estas historias merecen la atención de los historiadores actuales “por la carga de elementos simbólicos e imaginarios que contienen, y por lo que ilustran sobre la difusión en la tardía Edad Media castellana de los argumentos de ficción caballeresca, mezclados con otros elementos, para fundir lo maravilloso y lo real en los orígenes de una casa noble, y conseguir así un efecto propagandístico beneficioso para su prestigio”.

Lo cierto es que entre 1284 y 1291 permaneció en Marruecos, obteniendo enormes ganancias y fama militar, pero en un ambiente político cada vez menos favorable para él desde la muerte de Abū Yūsuf y el acceso al Trono de su hijo Abū Ya‘qūb. Esta circunstancia se unió al natural deseo de reintegrarse a su patria y a su familia, una vez alcanzados los objetivos que le llevaron a África. En julio de 1291, regresó a Sevilla, rico y heredado, sirviéndose de otra estratagema para abandonar el servicio de los benimerines y traer consigo, según la entusiasta narración de Barrantes, el importe de los tributos que el Emir le había encargado recaudar entre las tribus rebeldes del sur de Marruecos.

Como se ha escrito, con este regreso Alonso Pérez de Guzmán vuelve a ser un personaje plenamente histórico. El momento no podía ser más oportuno, pues por entonces comenzaban los preparativos del rey Sancho para la gran campaña que se proponía en la región del Estrecho. La experiencia de Alonso Pérez entre los benimerines debió de ser altamente apreciada e incluso es posible que participase en los contactos diplomáticos con Tremecén, destinados a crear un frente africano que distrajese las fuerzas de Abū Ya‘qūb. Lo cierto es que las crónicas de la casa describen sus actividades en la Corte y en la frontera, en unos casos prestando grandes cantidades de dinero a Sancho IV —50.000 doblas garantizadas con los señoríos de Zafra, Zafrilla y La Halconera, en tierra de Badajoz—, en otros ofreciendo su concurso militar, como en el levantamiento del asedio de Vejer, a fines de 1291, y en la campaña de Tarifa, en cuya toma (agosto de 1292) se encontraba presente y a la que cooperó decisivamente con su consejo.

La defensa de la plaza fue entregada en un primer momento a la Orden de Calatrava, con una tenencia anual de dos millones de maravedís. La enormidad de la suma atendía, sin duda, a la necesidad de reparar las fortificaciones dañadas durante el asedio y de mantener un cierto número de galeras de vigilancia en el Estrecho, así como a la presencia de una importante guarnición. El inmediato deterioro de las relaciones políticas con Granada, que aspiraba a la posesión de Tarifa, y las intenciones de Sancho IV de apoderarse de Algeciras, favorecieron la alianza granadino-marroquí en octubre de 1293. Su principal objetivo era la recuperación de Tarifa para el Islam.

En julio de aquel año la alcaidía de la plaza había sido encomendada a Alonso Pérez de Guzmán, con sólo 600.000 maravedís de tenencia. Sancho IV aceptó así la oferta del caballero leonés, que suponía un importante ahorro para el tesoro real. La notable reducción no sólo se explica por el hecho de que una parte importante de los gastos iniciales de puesta a punto de las defensas se habría realizado ya, sino también porque el entramado económico y político que Guzmán iba tejiendo en la frontera le permitía asumir tan importante compromiso en condiciones que nadie podía igualar. Entre abril y fines de agosto de 1294, Tarifa fue duramente asediada, hasta que la acción de la flota conjunta castellano-aragonesa, mandada por Juan Mathé de Luna y Fernán Pérez Maimón, combinada con la de las tropas terrestres permitió su liberación. En esos meses, Alonso Pérez puso a prueba sus capacidades militares y, como es sabido, su concepto extremo del sentido del deber.

Pocos días antes del levantamiento del cerco, ante los muros de la plaza, se había producido el episodio que ha sublimado a Guzmán el Bueno por encima de todos sus contemporáneos.

Perdida la esperanza de conquistar la villa por medios militares, y tras un intento fallido de sobornar a su alcaide, los sitiadores intentaron un último e infame recurso. Entre ellos se encontraba por propia voluntad el infante don Juan, hermano de Sancho IV, gravemente enemistado con el Rey y exiliado, primero en Portugal, luego en Marruecos cuando don Dionís hubo de ceder a las presiones del monarca castellano y expulsar al infante. Ante la inminencia de la llegada de la escuadra de socorro, y el desastre que ello supondría para los benimerines si antes no lograban tomar la plaza, Abū Ya‘qūb aceptó el consejo de don Juan y amenazó a Alonso Pérez de Guzmán con degollar a un hijo suyo que tenía en su poder si no entregaba la villa. Es necesario recordar que este infante ya había procedido de la misma forma, años atrás, para hacerse con el alcázar de Zamora. En Tarifa, la negativa del alcaide, adornada por cronistas e historiadores del pasado con toda suerte de innecesarios excesos para acentuar un heroísmo que impresiona más cuanto más desnudo de oropel, fue seguida del cumplimiento de la amenaza. La tragedia tuvo lugar, como estableció Mercedes Gaibrois, durante la segunda quincena de agosto de 1294.

La historicidad del hecho está hoy más que acreditada para la crítica, aunque se dude de la personalidad del hijo sacrificado y no se sepa cómo llegó a manos de sus asesinos. Los cronistas Barrantes y Medina afirman que se trataba de Per Alfonso, el varón primogénito, y que había sido entregado unos meses antes al infante don Juan para su traslado a Portugal, donde iba a educarse en la Corte del rey don Dionís, su pariente.

Ortiz de Zúñiga dice que Per Alfonso fue hecho prisionero en el mismo cerco, lo que le parece más cierto a Mercedes Gaibrois. El niño tendría por entonces diez años de edad. Otros textos, editados y comentados por Miguel Ángel Ladero, abren la posibilidad de que se tratase de un hijo, o incluso de dos, que Alonso Pérez podría haber engendrado en sus años de estancia africana en una hija del emir Abū Ya‘qūb.

La heroica defensa de Tarifa frenó el asalto benimerín sobre Andalucía y obligó a Abū Ya‘qūb a retirarse de Algeciras y regresar a toda prisa a África. Muhammad II de Granada se quedaba solo para hacer frente a las armas castellanas, pero el agravamiento de la enfermedad de Sancho IV y su muerte en abril de 1295 frustraron la campaña prevista para el verano siguiente y cuyo objetivo era Algeciras. No obstante, Alonso Pérez de Guzmán inició entonces una nueva etapa en la que iba a alcanzar el encumbramiento político y social.

Convertido en rico hombre, máxima dignidad de la nobleza castellana, Sancho IV, en sus últimos meses de vida, y la reina viuda María de Molina hicieron de él la pieza clave de la defensa de la baja Andalucía. La muerte del Rey y el inmediato comienzo de los conflictos internos de Castilla obligaron a Guzmán a defender la frontera contra los musulmanes casi en solitario, así como a demostrar su apoyo a la reina María, asediada desde todos los frentes.

Armaduras de Juan de Escobedo y de Guzmán el Bueno

Por otra parte, ya en 1295 Sancho IV le había concedido todas las tierras del primitivo alfoz de Cádiz al oeste de El Puerto de Santa María, que estaban despobladas después de años de terribles incursiones musulmanas. En ellas se incluía una pequeña fortaleza llamada Torres de Solúcar, origen de Sanlúcar de Barrameda. El señorío de esta villa, pronto repoblada y para la que el fundador logró dos ferias francas anuales, sería el primer título de la casa que se afirmaba ya de modo inequívoco en el panorama andaluz. En las cercanías de Sanlúcar Guzmán labró otras tres torres, inicio de otros tantos lugares: Rota, Chipiona y Trebujena. El primer documento conservado de estas mercedes es la confirmación de la donación de Sanlúcar: un privilegio rodado de Fernando IV, fechado en Toro el 13 de octubre de 1297, en el que, por cierto, se refiere con toda sobriedad el gesto heroico de don Alonso Pérez —el documento incorpora ya el tratamiento, reservado a los ricoshombres— en la defensa de Tarifa, incluyendo el detalle del lanzamiento del puñal.

Pocos días antes, Guzmán había tenido una destacada actuación en la batalla de Arjona, contra los granadinos, en la que consiguió poner a salvo al infante don Enrique el Senador, que estaba a punto de caer en manos de los musulmanes, a costa de la pérdida de muchos de los hombres de su mesnada y de poner en grave riesgo su propia vida. Al año siguiente, continuó la guerra en la frontera, con intensa participación del señor de Sanlúcar, hasta que los granadinos solicitaron la firma de treguas. Ello permitió la ida a Castilla de Alonso en auxilio de María de Molina, con cuatrocientos caballeros. Así tomó parte en las campañas contra Juan Núñez de Lara y el infante Juan, que por entonces se hacía llamar rey de León, y en el tratado de paz de Alcañices, con Portugal. En todos estos acontecimientos, Alonso Pérez es mencionado entre los principales ricoshombres que acompañaban a María de Molina.

En los años inmediatos, se dedicó intensamente a las tareas repobladoras y al incremento de su ya enorme patrimonio señorial, al mismo tiempo que a la guarda de la frontera. En octubre de 1299, Alonso obtuvo la merced de Conil y sus almadrabas, en la costa gaditana; poco después, en 1301, la mitad de El Puerto de Santa María que completaba la comprada al almirante Zacarías en 1295; y en mayo de 1303 recibió Chiclana, que se encontraba despoblada. Por otra parte, en 1300 estorbó las intenciones del infante Enrique de devolver Tarifa a los moros a cambio de la firma de una larga tregua con Granada. Alonso era alcaide nuevamente de la plaza y, sabedor de la maniobra a través de la reina María, llegó incluso a contactar con el rey de Aragón, entonces en guerra con Castilla, para pedir su apoyo a cambio de determinadas condiciones que el rey castellano habría de cumplir en su día: todo antes que permitir una entrega que hubiese comprometido toda su obra en la zona y hecho inútil su sacrificio. Enrique hubo de dar marcha atrás en su pretensión. La preeminencia de Alonso en Andalucía y su enorme prestigio se reflejan en el hecho de que en 1304 negociase personalmente la tregua con Granada.

Al mismo tiempo, el señor de Sanlúcar subvenía grandemente a las necesidades económicas de la Corona.

En 1307 Fernando IV le cedió Vejer por trueque con las aldeas pacenses de Zafra, Zafrilla y La Halconera y como devolución de 56.000 doblas de oro prestadas para el mantenimiento de castillos y flotas, pago de soldadas y coste de la legitimación pontificia de los hijos de Sancho IV y María de Molina, obtenida de Bonifacio VIII en 1301. Por entonces, aún quedaban pendientes de devolución otras 6.000 doblas por las que estaban en prenda, en poder de Alonso, Marchena y, tal vez, Medina Sidonia.

Estos aumentos y el poder político y militar que los respaldaba, permitieron a Alonso establecer una importante red de intereses, basada en sus familiares y deudos, en la que los matrimonios de sus hijos jugaron un papel esencial. Isabel, la mayor, casó en 1303 con Fernán Pérez Ponce, hijo segundo del ricohombre homónimo que fue adelantado mayor de la Frontera hasta su muerte en 1292. La dote estuvo constituida por Rota, Chipiona, la mitad de Ayamonte y el empeño de 100.000 maravedís existente sobre Marchena, transformado en 1309 en señorío pleno sobre esta villa. Con este matrimonio se establecía en Andalucía, de la mano del señor de Sanlúcar, un linaje, el de los Ponce de León, que acabaría convirtiéndose en el gran rival de los descendientes de Alonso, pero que durante mucho tiempo aún giraría en su órbita.

La alianza se completó con las bodas de Juan Alonso, único hijo varón y sucesor de Guzmán, con Beatriz, hermana de Fernán Pérez Ponce.

Poco después, en 1306, Leonor, la menor de los hijos de los señores de Sanlúcar de los que llegaron a la edad adulta, casó con Luis de la Cerda, hijo del pretendiente al Trono castellano Alfonso de la Cerda, al que había renunciado en 1304. Era un enlace con un linaje de sangre real, y, por tanto, de enorme prestigio, al que correspondió una importante dote: la mitad de El Puerto de Santa María, a la que siguió, tras la muerte de María Alonso Coronel en 1330, el resto de la villa y otros bienes raíces en Jerez y el Aljarafe.

Una última hija de Alonso Pérez de Guzmán, llamada Teresa Alfonso, habida en una doncella sevillana poco después de su regreso definitivo de África, y a la que María Alonso Coronel crió en su propia casa, fue casada, muerto ya su padre, con Juan de Ortega, al que la tradición genealógica sevillana considera hijo del almirante Juan Mathé de Luna.

En 1307 Alonso Pérez de Guzmán estuvo en Castilla ayudando a Fernando IV en las querellas que lo oponían a algunos ricoshombres del Reino, como Diego López de Haro, señor de Vizcaya, y Juan Núñez de Lara. Alonso tuvo parte en las conversaciones que permitieron la vuelta al servicio regio de estos caballeros, al menos momentáneamente. Luego participó en las Cortes convocadas en Valladolid, y en 1308 en las de Madrid, donde Fernando IV manifestó su determinación de reanudar la guerra contra Granada.

Para entonces, Guzmán el Bueno tenía ya más de cincuenta años, lo que podía haberle eximido de una participación directa en una campaña que, al proponerse el cerco de Algeciras, se adivinaba de gran dureza. Esta idea es la que recogió siglos después el cronista Barrantes cuando puso en labios del héroe, presto de nuevo a partir, y de su admirable esposa el siguiente diálogo: —“Paréceme, señor, que aún no son acabados los trabajos de la guerra de los moros, porque ahora tornáis, según e sabido, de nuevo a ellos”. A lo que respondió don Alonso: —“Esos trabajos, señora, no se acabarán hasta que los moros se acaben; pero los hombres como yo los han de acabar o acabar en ellos... Yo iré a la guerra, y si volviese, holgarnos hemos, y si allá quedare, pagaré la deuda que debo a Dios de la vida, al rey de las mercedes que me ha hecho y a mi honra de morir en ella”.

En julio de 1309 salió el ejército castellano de Sevilla, llevando en su vanguardia a Alonso Pérez de Guzmán, acompañado de toda su parentela y de sus vasallos.

El 27 de ese mes llegó a Algeciras. Al poco, decidió el Rey enviar a parte de la hueste sobre Gibraltar, cercándola por el istmo Juan Núñez de Lara y el arzobispo de Sevilla y desembarcando Alonso por el otro lado. Desde allí, tomó posiciones en el monte que domina la ciudad e infligió graves daños a los moros con dos ingenios que lanzaban grandes piedras.

Al cabo de un mes de asedio, a principios de septiembre, Gibraltar se rindió, volviendo Guzmán al real de Algeciras. Unos días después, Fernando IV le ordenó que efectuase una incursión contra los moros de Gaucín y otros lugares de la serranía de Ronda que hostigaban a las tropas que circulaban entre Algeciras y Gibraltar. Cuando se afanaba en la persecución de un grupo de enemigos que guardaban los pasos de la sierra, se adelantó al resto de sus hombres y recibió varias saetadas, de las que murió. Era el 19 de septiembre. Desde el real de Algeciras, por Medina Sidonia, llevaron el cuerpo a Sanlúcar; y luego por el Guadalquivir hasta Sevilla, donde se le hizo un gran recibimiento antes de depositarlo en el Monasterio de San Isidoro del Campo.

En octubre de 1298, Fernando IV había otorgado el patronato de este cenobio, que ya estaba en Sevilla la Vieja (Itálica), al ahora difunto para que lo dotase convenientemente y lo encomendase a la Orden de su elección. En febrero de 1301, Alonso y María lo entregaron al Císter, le donaron el lugar de Santiponce con su jurisdicción y tierras, y dispusieron las condiciones de su enterramiento en él. Las sepulturas debían situarse en la iglesia, entre el altar y el coro, y debían decirse diez misas diarias por sus almas y remisión de sus pecados, misas que años más tarde se elevarían a veinte por deseo de la viuda. Además, debían celebrarse doce aniversarios anuales por cada uno de ellos tras sus fallecimientos. Sobre la tumba de Guzmán el Bueno se colocó la siguiente inscripción, según Barrantes Maldonado: “Aquí yace don Alonso Perez de Guzman que dios perdone, que fue bienaventurado, e que puno sienpre en servir a dios e a los reyes, e fue con el muy noble rey don Fernando en la cerca de Algezira, y estando el rey en esta cerca fue a ganar Gibraltar, e despues que la gano, entro en cavalgada en la Sierra de Gausin, e ovo y fazienda con los moros, e mataronlo en ella viernes diez y nueve dias de setiembre era de mill e trezientos e quaranta e syete años (que fue año del señor de 1309)”.

Durante siglos, la figura de Alonso Pérez de Guzmán el Bueno ha sido objeto de una mitificación tan interesada como explicable. Fundador de la casa más importante históricamente de la aristocracia andaluza, es lógico que su gigantesca figura fuese utilizada por sus descendientes para justificar su discutido predominio, haciendo de ella el arquetipo del perfecto caballero. Por otra parte, la lealtad a la Corona y las cualidades militares que lo adornaban, puestas al servicio de la lucha contra el enemigo por antonomasia, fueron valores fácilmente trasladables hacia contextos más amplios que el de su linaje, y hacia momentos más próximos a nosotros, lo que permitió el mantenimiento de su popularidad y de su valor ejemplificador.

La explotación retórica y literaria del famoso gesto del puñal estuvo a punto de ahogar la dimensión histórica del personaje, hasta el punto de que algunos, quizá para valorar ésta más convenientemente, llegaron a plantear serias dudas, o incluso a negar, la veracidad de la hazaña. Aunque la más rigurosa crítica la haya admitido con argumentos hasta ahora irrebatibles, la historiografía actual prefiere dar toda su dimensión a otros aspectos de su vida: su papel protagonista en la defensa y repoblación de amplios territorios de la baja Andalucía en momentos muy difíciles y su intervención moderadora y leal en los conflictos políticos desencadenados tras la muerte de Sancho IV; finalmente, su capacidad para, aprovechando al límite los medios al alcance de los hombres de su posición y de su tiempo, erigir, desde la relativa modestia de sus comienzos, un imponente edificio económico, político, clientelar y señorial. Todo ello confirma, en el fondo, la talla excepcional de un personaje en el que la sensibilidad de cada época ha podido encontrar elementos nuevos, capaces de seguir sustentando la admiración que le tributaron las precedentes.

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Rafael Sánchez Saus
Real Academia de la Historia